11 diciembre 2011

Lolita, de Nabokov

He elegido  como una de las lecturas el libro de Nabokov, Lolita. Como en infinidad de casos, desafortunadamente, la película que versiona la obra literaria se hace más famosa que ésta. La imagen que tenía de la creación del ruso era un vago recuerdo de la película dirigida por Kubrick; vago porque la vi hace aproximadamente quince años. Por eso, en parte, decidí conocer esta obra tan famosa de la literatura del Siglo XX.
Nos encontramos en sus páginas con el retrato de la obsesión de un hombre; un europeo, estudioso de la literatura inglesa y francesa emigrado a los Estados Unidos con ciertos problemas psicológicos. Y, lo más importante en el desarrollo de la historia, amante de la belleza femenina en sus años previos del paso a la pubertad (habrá quien diga que decirlo así es un puro eufemismo de la palabra pederasta). Dando trompicones por el país norteamericano, recae en una casa en la que alquila una habitación, no de forma totalmente inocente, en la que vive una viuda de cierto atractivo y mediana edad con su hija de doce años, mucho más atractiva para el protagonista, llamada Lolita.
Aquí empieza la obsesión de Humbert, por la hija de la dueña de la casa en la que vive. Accede a casarse con la madre de Lolita sólo con la intención de tener a la niña ceca para saciar sus oscuras intenciones, si bien de una forma que preserve la inocencia de la nínfula (forma con la que denomina a las niñas preadolescentes que considera más bonitas) narcotizando en la noche tanto a la madre como a su nínfula.
De forma fortuita la madre descubre las intenciones de Humbert, y en la confusión del momento la dueña de la casa es atropellada mortalmente al cruzar la calle.
Humbert y Lolita emprenden un viaje sin destino concreto a  lo largo y ancho de todo el país, ya como amantes.
Tras recaer en una pequeña ciudad durante un tiempo en el que Lolita vuelve a la escuela, con la consecuente socialización de la niña, vuelven a la carretera en un nuevo viaje después de que la relación entre ambos se haga insoportable, cargada de celos y sospechas por parte del padrastro. En este nuevo viaje les va a la zaga un misterioso personaje, que aprovecha una situación para llevarse a Lolita lejos de Humbert con la complicidad de la nínfula, situación que atormenta al obsesivo protagonista, que emprende una desesperada e infructífera búsqueda de los amantes fugados.
Después de una relación con una mujer de vida incierta, y sin dejar de buscar a su Lolita, Humbert recibe noticias de ésta pidiéndole dinero para irse con su marido a Alaska en pos de una oportunidad de trabajo. El protagonista no tarda en encontrar a su hijastra y hacerle una breve visita en su casa, con su joven marido (sin relación alguna con el hombre que se llevó a la niña). Tras un tímido intento de persuadir a Lolita, embarazada, de que vuelva con él, la convence para que le diga quién fue su secuestrador para localizarle y asesinarle. Resulta ser una persona cercana al ámbito de la joven en la ciudad donde se convivieron con la difunta madre.
El europeo no duda en buscarle y le encuentra con gran facilidad dónde vive. Tras una breve entrevista con él, le asesina. Abandona la casa, coge el coche, e, inmerso en un grácil delirio, comienza conducir de una manera imprudente y enloquecida. Finalmente le da caza la policía.
Es ejecutado por el asesinato cometido, y Lolita muere al dar a luz.

La obra relata la obsesión que Humbert sufre hacia Lolita. Pero no es sólo eso; expresa una fatalidad innata de las mujeres, encarnada en la actitud malévola de la niña que, sabedora del poder que ejerce sobre el protagonista, explota de una forma cruel.
Pone sobre el papel la postura de un pederasta, y los posibles argumentos para que esa conducta se la pueda considerar como aceptable; tenemos que tener en cuenta que el narrador es el propio Humbert, por lo que su punto de vista se sobrepone al de cualquier otro.
El alcohol esta muy presente en la vida cotidiana del narrador; el autor lo introduce de una forma magistral, puesto que no le da el dramatismo ni el juicio de valor que se le da por hecho a la conducta del bebedor.
Otro aspecto magistral que pone de manifiesto el autor de su estilo es que sin mencionar las cosas explícitamente, el lector logra comprender sin ningún esfuerzo la idea que pretende. De hecho, a pesar de que la inmensa mayoría de la gente que ha escrito sobre esta obra la tilda de erótica, en ningún momento se narra ninguna situación de este tipo; lo que más se acerca a algo erótico son situaciones que simplemente deja entrever la pasión y lascivia que siente el protagonista hacia la Lolita, sin mostrarse explícito en ningún momento. Podríamos decir que Nabokov se limita a sugerir más que a describir, y de una forma más que discreta; no aparece un solo atisbo de obscenidad a pesar del tema de la obra.
También es notoriamente meritorio cómo el escritor ruso convierte al personaje teóricamente repugnante en el bueno de la historia; a pesar de su postura de degenerado y obsceno  el lector le tiene cariño al pederasta, desea que éste consiga lo que quiere. Crea una ínter subjetividad más que notable entre las piezas claves de las historias: el personaje y el que imagina al personaje.
Curiosamente, lo que más me ha gustado del libro es una nota aclaratoria del autor al finalizar la obra propiamente dicha en la que, en cierto modo, se defiende de las posturas más conservadoras que consideran inmoral y/o inaceptable la historia. Al leerlo uno se da cuenta de que se ríe de sí mismo, de su obra, de los críticos y de los editores. Esta parte explica el falso prólogo que propone el autor.
Quiero resaltar una interpretación que recoge el propio autor en esta curiosa nota llamada Sobre un libro llamado “Lolita”. En ella se ve la magnífica obra como “el viejo mundo que pervierte el nuevo mundo”, con todo lo significativo y lo que encierra la frase; recuérdese que la obra se desarrolla en los Estados Unidos y que el protagonista es europeo.

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