12 diciembre 2011

Pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto

Menos que cero, de Bret Easton Ellis es algo más que una novela, es un retrato sociológico de la juventud estadounidense de clase media-alta en los años 90. También es un libro directo y preciso, impaciente, demasiado crudo para no ser cierto, demasiado trágico para no hallar poesía en su dureza. Ellis hace de la destrucción un arte, y no se avergüenza de ello. El protagonista, Clay, un chico universitario solitario y ausente, un sujeto pasivo, un actor secundario de su propia vida vuelve a casa para pasar las vacaciones de navidad entre nebulosas blancas y recuerdos de su infancia, cuando las cosas aun tenían sentido, cuando aún era capaz de mirarse al espejo sin necesitar un Valium. El libro aborda esas tres semanas de vacaciones en las cuales Clay se reencuentra con su familia (un padre autoritario y egocéntrico, una madre ausente, unas hermanas borrosas y el recuerdo de sus abuelos), sus amigos, su ex novia y otras personas de las que apenas sabe nada pero que asume como propias. La exploración de los límites en una sociedad que se avergüenza de tenerlos, la toma de conciencia del personaje acerca de su propia realidad, la soledad, el desmoronamiento de todo aquello que dotaba de sentido la irreversibilidad de los días, la irrealidad de la cotidianeidad, de las palabras, las consecuencias de los actos y más aun de la ausencia de ellos, las necesidades efímeras, las noches en vela y todo el caos que se apodera de Clay durante ese tiempo no es más que la materialización de unas perspectivas artificiosas carentes de significado; un futuro de diseño abocado al fracaso de la propia condescendencia de una generación que ya ha tirado la toalla aun antes de empezar. El lado oscuro del sueño americano: la autodestrucción del individuo como impulso creador en una sociedad mercantilista que lo tiene todo excepto nada que perder.
“Me doy cuenta de que el dinero ya no importa. Que lo único que pasa es que quiero ver lo peor”. Lo peor. Tengo que detenerme en esa palabra, demasiado amplia como para poder comprenderla en toda su inmensidad. Lo peor, lo vil, lo infame, lo dañino, el mal, la perversión. Todos ellos son sinónimos, todos nos llevan al mismo lugar: a la tranquilidad que da la posibilidad de pulsar el botón de autodestrucción, pues a eso se reduce todo, a destrozar el decorado.  Experimentar. Probarlo todo, especialmente aquello que te consume, aquello que encierra el significado de nuestra propia existencia. La oscuridad. La caída. Y él lo ve. Lo experimenta. Todo. El dolor, la impotencia, la muerte, el sexo, las drogas, la poesía, la pérdida, la soledad, la desesperación… Todo. Pero eso no es lo peor. Aun no ha descubierto lo peor. Lo peor es sobrevivir. Y el sobrevive. Pero sobrevivir no es salvarse. Y eso aun no lo sabe. Aun no puede saberlo. Aun no debe saberlo. Ese es nuestro secreto, nuestra condena, no hay manera posible de escapar de lo que has visto. Tampoco es posible escapar de quien eres. Y eso lo descubres cuando ya es demasiado tarde. Cuando quieres volver.Quiero volver. ¿Adónde? No lo sé, simplemente volver.”

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