06 octubre 2011

Pedagogía para la economía


La primera clase empezó cuando el profesor de Sistema Económico Mundial nos planteó a la clase que, por grupos, elaborásemos unas líneas en común sobre lo que a nuestro criterio había sido nuestra formación académica. La pregunta a priori nos pareció muy amplia, sin embargo, desde un principio tuvimos claro que nuestra limitación temporal transcurriría en el ámbito universitario.
Algunas de las quejas, porque como bien señaló nuestra apuntadora “nos sentíamos más cómodos cuando había que criticar”, vinieron del análisis a los propios profesores y profesoras en tanto en cuanto procede su manera de transmitir información y evaluar a los alumnos y alumnas.
“Nos pareció medieval” que todavía siga siendo un elemento fundamental pedagógico, el que una persona se limite a transmitir datos y nociones sobre una asignatura y que al final del trimestre o curso a través de una sola prueba se evalué al alumnado sin tener en cuenta el esfuerzo ejercido, -o no- durante todo el año. Tampoco podíamos entender el nivel de “egocentrismo” de cierta parte del profesorado cuando, como parte fundamental de la bibliografía de su asignatura, te recetan uno de sus libros, como si antes de la existencia de tan noble ejemplar dicho autor no hubiese enfocado sus estudios en pensadores anteriores. Pero bueno, eso cuando no les da por exponer un “power point” donde lo que puedes obesrvar es exactamente lo mismo que te está contando, porque si ves lo que te dice para qué te lo cuenta, o viceversa.
Otro aspecto señalado por el grupo, y en cierto modo ligado a las críticas del párrafo anterior, son los planes de estudios que avalan todas las críticas expuestas en el ensayo y que dejan en evidencia los procesos poco democráticos con los que son implantados actuales planes de estudio donde la intervención de los actores en dicho ámbito (estudiantes, padres y madres de alumnos, profesoras…) es prácticamente nula. Como bien diría el refrán popular, “de aquellos barros, estos lodos”.
Y de aquí mi pequeño homenaje a Antón Seminonovich Makarenko, pedagogo ruso que pasó a sus “educandos”, de niños/as delincuentes a personas y héroes antifascistas como médicos, pilotos, maestros o arquitectos, gracias a sus métodos pedagógicos de participación activa, volátil y real donde la voz de cada uno valía igual que la de su compañera.

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