26 octubre 2011

Reflexiones de autobús


Volviendo a casa el lunes ya a última hora me dio por reflexionar sobre el debate que tuvimos en clase sobre la situación actual de Libia y la intervención de la OTAN. Somos una generación pesimista, o quizá tan optimista que somos pesimistas con todo lo que nos rodea, y en ocasiones somos incapaces de ver el lado positivo de lo que nos rodea. Está claro que la intervención en un país como Libia no es casual, ya que se trata de un país rico en recursos de los que occidente carece y demanda. Que los objetivos reales de la intervención no son, principalmente, proteger a la población y tratar de defender sus derechos, sino asegurar el control de los recursos (principalmente, petróleo y gas).

Pero, ¿y si vamos un paso más allá? Es decir, sabiendo que hemos intervenido para proteger nuestros intereses económicos, aprovechemos para demandar a nuestros políticos que ya que estamos allí, un país que en cuanto a defensa de derechos humanos se encuentra muy atrasado, hagamos un esfuerzo para que sean los libios los que decidan, y no les dejemos como herencia de la intervención una guerra civil. Libia es una país rico en recursos, y con no mucha población, por lo que si se organizan bien pueden ser un ejemplo para países de la zona. Pero para ello no basta con defender nuestros intereses económicos allí. Y con la intervención ya parece que hayamos dado un paso derrocando a un dictador.

Yo no defiendo la actuación de la OTAN, ya que es una organización hipócrita, que interviene en determinadas zonas bajo un pretexto de conciliación y defensa de los derechos humanos, pero solo lo hace en los lugares donde los países occidentales tienen intereses económicos, y siempre que estos se ven en peligro. Pero si comprendo su existencia. Y defiendo que debería ser utilizada como medida de presión frente a todos los países que no respetasen los derechos del hombre, sean ‘democráticos’ o no, amigos de occidente o no. Pero eso sí, con el mismo baremo para todos. Y sobre todo, primero deberíamos exigir a nosotros mismos ese respeto por los derechos que les exigimos a otros.

También opino que las mejores medidas de presión de presión frente a estos países son las económicas. Claro que serían difíciles de llevar a cabo, y sobre todo polémicas. Pero, ¿y si occidente en bloque (aunque fuera solo la Unión Europea), pusiese unos aranceles más altos a aquellos países donde no se garantizasen los derechos humanos? ¿Y si, por una vez, esos valores, de los que tanto presumimos, son los que nos valen para decidir con quién comerciamos y negociamos y con quién no? Además, estas políticas nos darían algo más de legitimidad para que luego la OTAN pudiera intervenir en estos países.

Está claro que el mundo es imperfecto. Que los que más defectos somos nosotros, que además presumimos de unas virtudes que en ocasiones no están muy claras que tengamos. Pero esto no quiere decir que no se hagan cosas bien, y que no nos tengamos que exigir a nosotros mismos hacerlas mejor. Aunque desde mi punto de vista eso es parte de la democracia: reconocer que somos imperfectos, y luchar por cambiarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

OTAN = Hipocresía.

Y a mí todo lo que sea hipócrita, ni me gusta ni me inspira confianza y mucho menos me incita a dar apoyo.