05 octubre 2011

Volver a empezar

¡Qué renovación se siente cuando se vuelve a empezar, cuando se vuelve a tener la oportunidad de volver a empezar!
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Por supuesto, siempre es un nuevo riesgo, pero impulsa una renovación interior. Vuelves a mirar lo que hiciste la otra vez, a pensar sobre lo que salió bien y regular o mal y cómo mejorarlo. Es una nueva oportunidad. Me pasa siempre como profesor. ¡Es tan bueno tener la oportunidad de profesar, de sentir que puedes ayudar -y, al tiempo, puedes ayudarte a tí mismo- en el camino de “conocerse a sí mismo”.
Porque conocer realmente no es acumular información, sino compartir, sino intensificar nuestras relaciones, sino saber y hacer saber por dónde se va mejor y en qué compañía, aunque todas las compañías finalmente son buenas para la salud y para la vida. He sentido la soledad muchas veces, también cuando era estudiante, porque era un estudiante pobre, “de provincias”, que llegaba a Madrid y nada menos que a la universidad central, a la Complutense, en aquél viejo caserón de San Bernardo. Lo primero que hice fue buscar a alguien conocido. Sabía que algunos lo tenían que ser porque me habían contado que estaban por allí. Y al final, encontré a uno, y después a otros dos ….. y por fín, pude compartir, porque ellos ya sabían y yo no sabía porque no estaba relacionado.
Mis compañeros estaban más en el conocimiento que yo: sabían. Me hubiera venido bien que algún profesor nos pusiera en contacto en el aula, que aprovechara el primer día de clase para intercomunicarnos, porque finalmente si no conoces a nadie, estás solo y si estás solo, lo estás con tus “datos”, que no llegan a ser conocimientos hasta que los interrelacionas con otros. Por pocos recursos, llegué a estudiar “por oficial” -como se decía en aquél tiempo a los asistentes y que iban por las mañanas a las clases- sólo cuando entraba en cuarto curso. Sólo disfruté de dos cursos de la interrelación, tal vez siempre con un poco de desfase.
Recuerdo que realmente mi integración en el curso y con mis compañeros, cuando realmente me convertí en uno de ellos, fue cuando en quinto hicimos un viaje “fin de carrera”. Allí me conocieron y hasta yo mismo me reconocí en lo que era, en lo que realmente era, pero que tenía contenido en mi humildad y timidez. Me dí cuenta de que teniendo la oportunidad de ampliar el círculo de mis amistades a todos o casi todos los miembros del curso, yo empezaba a ser “más listo”, más inteligente y hasta “más guapo”. Las relaciones …. si, las relaciones.
Las relaciones nos llevan al conocimiento, ya que el conocimiento es el resultado de la intensificación de las relaciones, y las relaciones no sólo se “cosifican” y se establecen entre cosas, sino y sobre todo, entre personas interrelacionadas entre ellas y con cosas. Y en esto más o menos consiste “la estructura”, “que es lo que dura …..”, como decía mi maestro José Luis Sampedro, porque las relaciones, si las sabes conservar, duran toda la vida …. y aún no sabiendo hacerlo, duran mucho y cuando te encuentras con alguien que no ves desde hace cuarenta o cincuenta años, disfrutas no sólo de lo que habías vivido juntos y recuerdas, sino de un reencuentro poniéndose al día de lo que hace, ha hecho o está haciendo tu amigo.
Conocer y reconocer es la esencia de la vida. Tal vez por eso, y me repito, los griegos en el templo de Apolo en Delfos inscribieron aquello de: “conócete a tí mismo”, como máxima de la vida …. como máxima de las relaciones, como máxima que transciende a uno mismo y nos lleva de viaje a Itaca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mucha razón en tus palabras.