04 noviembre 2011

El eterno retorno al principio

Acaba de arrancar la campaña electoral, una campaña que suena a repetición, tengo la sensación de hallarme constantemente bajo el influjo de las encuestas y las proclamas, los malos datos económicos y las culpas de uno u otro, de que cualquier tema salte a la palestra en forma de reproche, los euros de aquí y de allí, las peleas entre miembros de un mismo partido, las trampas, las palabras que se desvanecen (mejor dicho, que saltan en pedazos antes los ecos de las bolsas y los granes señores). Los problemas se multiplican ante nuestros ojos, las soluciones parecen caídas del cielo: “Voy a gobernar como Dios manda” o “no va a haber recortes sociales” o mejor aun “no habrá paz para los malvados” (siempre nos quedará Llamazares para darle un poco de comicidad al asunto electoral). Las frases se amontonan, las promesas incumplidas estallan en la cara, las ilusiones perdidas también. Es en este momento cuando comprendes el hueco imposible, el espacio que nunca llegamos a compartir nosotros, el ciudadano de a pie y ellos, los políticos, una casta si no superior si al menos diferente. Y es aquí donde, después de tanta historia y tanto rollo te descubres leyendo un cuento que ya ha sido escrito, hace ya muchos años, hace ya muchas vidas. Y no tiene un final feliz. Hablar aquí de los 540.000 euros de coste electoral me parece trágico y obsceno. No hablar de ello me parece irresponsable. Así pues dejo el tema abierto con intención de retomarlo cuando sienta un poco menos de asco por esta noche, este sistema y esta sinrazón. 

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