07 noviembre 2011

Imán

Después de leer el Imán de Raúl Sender, me vino a la cabeza los recuerdos de una guerra vivida allá en el 1967. Todavía era joven pero hasta hoy el  silbido de las bombas y el miedo a perder la vida me acompaña todos los días.

A medida que se va pasando las páginas del libro me doy cuenta la soledad y la desesperación  en que se encuentra Viance, o cualquier otra persona que se encuentra en las mismas condiciones del protagonista de la novela. En una guerra, cualquiera puede ser el protagonista ya que el sufrimiento y la muerte no entiende de bandos ni de favoritos.
Viance sigue su huida hacia lo desconocido, hacia la salvación porque es la única salida que tiene, no sabe si ha elegido bien el rumbo, pero su esperanza le lleva a seguir corriendo. A pesar del hambre, las heridas y la muerte que le siguen tan de cerca a  través de varias personas que le acompaña en su huida hacia lo desconocido. Todos van cayendo por las balas o por el cansancio y por la perdida de la esperanza. Supuestamente tenía que ser el primero ya que su apodo Imán “por atraer el hierro en su antiguo oficio”, pero las balas no le alcanzan a él. Al final llega mal herido a su destino, pero la soledad le sigue acompañando, él cree que la va a perder al llegar a su pueblo donde se va encontrar a si mismo. Pero el destino le guarda una sorpresa, su pueblo que tanto anhelaba se encuentra sumergido debajo del agua debido a la construcción de una presa. Lo más importante es que Viance no ha perdido la esperanza.

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